Hace ya muchos años, allá por 1.999, di la siguiente definición de la dependencia emocional: “un patrón persistente de necesidades emocionales insatisfechas que se intentan cubrir desadaptativamente con otras personas”. La verdad es que es una definición que, a día de hoy, sigue siendo vigente, porque la esencia de este problema es que el dependiente presenta una frustración o una insatisfacción en su área afectiva que pretende compensar centrándose preferentemente en sus relaciones de pareja. El mundo del amor se convierte en lo más relevante para el dependiente emocional, que vive sus relaciones de una manera tremendamente intensa y que siente que lo único que realmente importa es el otro, sin poder concebir su existencia sin alguien a su lado.

Con esto, podríamos decir: ¿qué hay de malo en ello?. Claro, el amor es algo de por sí positivo y bien considerado por nuestra sociedad, por lo que tener una gran dedicación al mismo y una alta consideración de él parece más una virtud que un defecto. Pero nada más lejos de la realidad. El dependiente emocional suele tener relaciones de pareja desequilibradas, en las que aporta mucho más que el otro; por lo tanto, vive en la eterna falta de correspondencia, con todo lo que esto supone. Además, prioriza tanto su relación amorosa que pone en compromiso el resto de sus facetas: su estado de ánimo irá en función de dicha relación, su tiempo se dedicará a la otra persona (mientras ella se deje), sus pensamientos girarán en torno a la aceptación o al temido rechazo del otro, etc. De todo esto se desprende que mientras la relación vaya ligeramente bien –aunque para otro esa situación fuera inadmisible-, la persona podrá cumplir con sus tareas habituales; pero si esto no es así, todo salta por los aires: estado de ánimo, trabajo, responsabilidades familiares, obligaciones, aficiones y demás. Lo más importante, con diferencia (incluyendo los hijos si se tienen), es la pareja.

Pero, por si no fuera poco, nos aparece otro “efecto secundario” de este gran problema que es la dependencia emocional, y es que si la relación es lo más importante para el individuo que la padece, ¿qué sucede cuando esta se rompe? Que entramos en el terreno más palpable de los problemas mentales: la persona nos aparece angustiada, con el rostro desencajado, llorando continuamente, pensando incluso en morirse, con una ansiedad terrorífica, sin poder concentrarse en nada salvo en el “monotema” que supone la relación perdida, etc. Para entendernos, lo que sufre el dependiente emocional es lo que pasa cualquiera después de una ruptura, pero multiplicado por diez.

Eso sí, este calvario desaparece como por arte de magia en dos situaciones:

1)    La ex pareja contacta con el dependiente y propone una cita, o bien alimenta esperanzas de una hipotética reconciliación.
2)    En medio del sufrimiento, y contra todo pronóstico por estar el individuo echando de menos de forma obsesiva a su anterior pareja, aparece otra persona que previamente se ha buscado. El clásico “un clavo quita a otro clavo”, o, mejor dicho: “a rey muerto, rey puesto”.

En cualquiera de estas dos situaciones, el rictus desencajado del dependiente da paso, sin solución de continuidad, a un semblante sereno e incluso eufórico. Y esto puede producirse, sin exagerar, en cuestión de minutos, algo imposible de ver en otros problemas psicológicos como la depresión, las fobias, etc.

En este tipo de situaciones, es fácil pensar que los dependientes emocionales realmente están más enamorados obsesivamente de la relación que de la persona; es decir, en muchas ocasiones he llegado a pensar en mi trabajo que daba igual quién estuviera al lado del dependiente siempre y cuando reuniera ciertas características: lo importante es que hubiera alguien. A primera vista, esto puede parecer poco relevante, pero pensémoslo mejor imaginando a una madre que pierde a su hijo pequeño por una enfermedad, y que cuando todavía está llorándolo le ofrecen la posibilidad de adoptar a otro. ¿Realmente pasaría página tan rápido? El amor sano está “personalizado”, el insano no tanto. De cualquier forma, es importante precisar que cuando el dependiente emocional está en plena relación ni se le pasa por la cabeza cambiar de pareja porque está plenamente focalizado en ella; eso sí, siempre y cuando sea satisfactoria y esté a la altura de sus expectativas, porque, como veremos, cualquiera no vale para estar con un dependiente.

Imagino que, con lo que acabo de exponer, pocas personas pensarán qué hay de malo en estar tan centrado en el amor como lo hace un dependiente emocional, pero esto no es nada porque lo peor con diferencia viene cuando analizamos detenidamente sus relaciones de pareja. Son relaciones basadas en la sumisión, la idealización y el terror al rechazo, al abandono. Esto puede llegar al punto de que el dependiente aguante malos tratos, de que se conforme con relaciones en las que el otro no tiene el menor interés en él, o de que soporte humillaciones por parte de la pareja como la obligación de hacer la cena a ella y a su amante en su propia casa, para ver después cómo se marchan los dos a tener su intimidad. Y todos estos ejemplos, de los que podría añadir una infinidad, con una defensa a ultranza de la relación o, como mínimo, con un terror brutal a la ruptura, hasta el punto de que alguna persona ha venido a mi consulta con una situación surrealista como la que he expuesto con el fin de que yo la ayudara a romper su pareja, porque ella se veía totalmente incapaz de hacerlo.

La dependencia emocional es algo que convierte el amor en un suplicio, convierte algo que tendría que ser muy bonito y que debería aportarnos muchísimo, en algo que es horroroso en muchas ocasiones y que resta amor propio y calidad de vida al dependiente, consumiéndolo poco a poco y atormentándolo.

 Fuente: "Cómo superar la dependencia emocional" J. Castelló Blasco. Editorial Corona Borealis,  2012.

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